Así es cruzar el Tapón del Darién, 500.000 hectáreas de selva que se han convertido en un infierno para los migrantes
Son poco más de las diez de la mañana cuando empiezan a aparecer decenas de rostros exhaustos que acaban de desembarcar de las esbeltas y coloridas piraguas tradicionales de las comunidades indígenas, dotadas de motores desde hace solo unos años. Son niñas, chicos, mujeres, hombres y bebés que acaban de surcar el río Chucunaque durante 4 horas y con ello han concluido una de las experiencias más traumáticas de su vida, y que, sin embargo, representa tan solo una de las etapas que deberán superar hasta llegar a su destino.
Son personas venezolanas, haitianas, ecuatorianas, colombianas, chinas y una miríada de otros orígenes que, según cuentan, decidieron huir de la violencia, la inseguridad, la falta de libertad y la miseria y atravesar medio continente americano en busca de un futuro digno en el que poder vivir en libertad y donde sus derechos fundamentales sean respetados.
Acaban de superar una de las pruebas más duras de su travesía: cruzar la selva tropical del Darién, una extensión de más de 500.000 hectáreas de selva que separa Colombia de Panamá.
“Nos robaron todo. Un grupo de hombres armados y con pasamontañas nos retuvieron durante un día, nos secuestraron y nos lo quitaron todo, el dinero, las pertenencias y hasta la comida. Un grupo de haitianos nos dieron algo de comer”, nos cuenta la venezolana Catherine en la Estación Temporal de Recepción Migratoria de Lajas Blancas, ubicada en la Provincia de Darién, donde está atrapada junto a su marido y sus hijos de 13, 11 y 9 años.
“Vimos muchos muertos, cuerpos flotando en el río”, cuenta Catherine, que no sabe cómo conseguirá proseguir el viaje porque no tiene dinero, pero afirma: “al menos no me tocaron a mi hija”.
Una letanía de riesgos mortales
La violencia sexual es uno de los flagelos con los que se enfrentan las personas que atraviesan la selva -especialmente las mujeres y personas LGTBI- junto a asesinatos, desapariciones, tráfico, robos e intimidación por parte del crimen organizado, según publicó el Comité de Derechos Humanos en marzo de este año.
A esos riesgos se suman el peligro que de por sí implica cruzar una selva tropical en la que hay animales salvajes y venosos, en la que se debe subir cerros y atravesar ríos caudalosos, y caminar una media de entre 4 y 7 días para atravesarla en época seca. En los 9 meses de época de lluvias, el barro dificulta aún más la ruta, los accidentes son más frecuentes y el trayecto puede aumentar hasta los 10 días.
“Lo peor para mí, que no sé nadar, fue ver cómo la gente se estaba ahogando, como se caía por los barrancos. Yo no sé cuántos cadáveres he visto”, nos dijo el venezolano Félix.
Esta y otras historias las escucha Benjamín Rodríguez, oficial de derechos humanos de la Defensoría del Pueblo de Panamá, una de las instituciones con las que la Oficina Regional para América Central y el Caribe del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ONU Derechos Humanos), con sede en Ciudad de Panamá, trabaja de forma más estrecha.
“El diálogo y el trabajo con la Defensoría es esencial. A través de procesos de formación, de fortalecimiento de sus capacidades, de informes de monitoreo que cuentan con el apoyo de nuestra oficina, y que incluyen análisis de la situación y acciones concretas para abordar las necesidades, se ha conseguido reunir elementos para avanzar en la garantía de los derechos humanos de las personas migrantes”, cuenta Andrea Ospina del equipo de migración de la ONU Derechos Humanos.
“Estamos trabajando conjuntamente desde el Grupo de Movilidad Humana del Sistema de Naciones Unidas de Panamá, con las autoridades panameñas para elaborar un plan de contingencia que se active en momentos como este, en que el flujo de migrantes crece exponencialmente”, añade Andrea.
El flujo migratorio se multiplica por seis
Nunca antes el flujo de migrantes por el Darién había sido tan amplio. Entre 2010 y 2020 unas 120.00 personas cruzaron por esta frondosa jungla. Solo durante 2022, más de 248.000 personas lo atravesaron, y para mayo del año en curso, 166.000 habían entrado a Panamá usando esta ruta.
La progresiva reducción en la entrega de visados en los países de la región, unida a otras restricciones y nuevas políticas migratorias ha obligado a los migrantes a buscar rutas más peligrosas, como el cruce por el Darién.
En los primeros cinco meses del año, las autoridades panameñas registraron una media de entre mil y dos mil personas que cruzan el Darién por día, más de 6 veces la cifra del mismo periodo del año anterior.
“Eso significa entre 80 y 100 piraguas al día con unas 25 personas en cada una de ellas que llegan a la Estación Temporal de Recepción Migratoria de Lajas Blancas”, cuenta Benjamín, mientras recoge las quejas, pero, sobre todo, responde preguntas de los migrantes que acaban de desembarcar.
La información que reciben las personas al descender de las piraguas es escasa. Unos agentes del Servicio Nacional de Fronteras los ponen en fila y les preguntan la nacionalidad. Hay unos pocos carteles en español, inglés, árabe, chino e incluso en creole, pero no son suficientes para explicar qué deben hacer, por lo que la información se transmite primordialmente de boca en boca.
En la Estación Temporal de Recepción Migratoria de Lajas Blancas hay un puesto de atención médica de la Cruz Roja y otro de Médicos sin Fronteras que atienden a los que acuden a ellos. Sin embargo, están ubicados después del segundo punto de control de las autoridades panameñas, un registro obligatorio que fuerza a los migrantes a hacer largas colas, y que se aplica sin excepciones, ya tengas un tobillo roto, o cargues a Dylan, un bebé venezolano de cuatro semanas que ha pasado un cuarto de su corta vida inmerso en la selva, y que muestra claros signos de hipotermia.
Las comunidades indígenas también padecen
Ese constante flujo de personas ha tenido un gran impacto en toda la región, especialmente en las comunidades indígenas por donde pasan los migrantes, la mayoría de ellas con poblaciones que no superan los 300 habitantes. Los indígenas venden de todo, desde agua y comida, hasta espacio debajo de sus casas y electricidad para cargar celulares.
“Muchos de los indígenas que ahora manejan las piraguas han dejado de hacer otras labores también necesarias, los niños no van a la escuela porque ayudan a los padres a vender productos para los migrantes”, alerta Benjamín.
La Oficina de América Central y el Caribe de ONU Derechos Humanos está implementando la Estrategia Subregional sobre Migración en Centro y Norte América junto a las oficinas en Honduras, Guatemala y México. Esta incluye un monitoreo regional del respeto a los derechos humanos de los migrantes; la asistencia técnica a las autoridades nacionales para la adopción de un enfoque de derechos humanos; y la promoción de un cambio de narrativas en el discurso público y mediático en la forma como se percibe la migración y las personas migrantes, entre otros aspectos.
Viajes "horribles", futuro incierto
Los perfiles de los que atraviesan el Darién son variados, aunque la gran mayoría tienen en común que pagaron a alguien para que los guiara por la selva.
Hablamos con Guerline y Bleisil, una pareja de haitianos que decidieron abandonar su país y emprendieron viaje recientemente porque “allí los bandidos nos torturan, nos secuestran y nos matan”, como denuncia el último informe del Servicio de Derechos Humanos de la Misión de la ONU en Haití (BINUH)
También conversamos con su compatriota Jinau, que descendió de la piragua junto a su esposa y tres hijas. Unas gemelas de 3 años con nacionalidad brasileña y la pequeña, nacida dos meses atrás en Chile.
“Llegamos a Brasil en 2017 y allí nacieron las gemelas. Pero después no encontraba más trabajo y nos fuimos a Chile, donde nació la pequeña. Pero después la cosa se puso fea de nuevo y decidimos emigrar por tercera vez”, contó Jinau.
El de Jinau no es un caso aislado, muchos migrantes tenían un visado de residencia en un país sudamericano, pero la precariedad en la que vivían les empujó a seguir hacia el norte.
En el marco de lo que las autoridades panameñas denominan el flujo controlado de migrantes, tras ingresar en la Estación Temporal de Recepción Migratoria, los que tienen como pagar los 40 dólares americanos por persona —incluidos los niños— que cuesta el pasaje de autobús que los trasladará hasta la Estación Temporal de Recepción Migratoria de Planes de Gualaca, en la Provincia de Chiriquí, cerca de la frontera con Costa Rica, hacen una nueva cola. La mayoría ni se detiene a recibir la comida gratuita que se les distribuye en la Estación.
Otros sin los recursos necesarios se desesperan.
“Fue horrible la travesía con los niños, pasar hambre, beber el agua del río sucio. Nunca había caminado tanto. A mi hija Richeli, que tiene tres años, le dio diarrea, pero al llegar aquí me dieron medicinas y ya está bien. Pero ahora no podemos irnos, no tenemos cómo, no tenemos nada para vender, no sé cómo vamos a hacer”, nos cuenta la venezolana Yeneville.
Esa situación de los migrantes sin recursos unida a la extrema precariedad de las Estaciones Temporales de Recepción Migratoria ha provocado que se haya creado una economía de subsistencia en la que todo se compra y se vende: comida, ropa, cigarros, envío de dinero, alquiler de carpas; e inclusive el cuerpo de las mujeres.
Varios mecanismos del sistema de derechos humanos, como Procedimientos Especiales, el Comité de Derechos Humanos de la ONU, el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer de Naciones Unidas y el Comité de la ONU sobre Derechos Económicos, Sociales y Culturales han alertando que las condiciones de recepción no son dignas, avisando de casos de violencia física y sexual, y haciendo recomendaciones de cómo subsanar la situación.
ONU Derechos Humano está trabajando con las autoridades dándoles asistencia técnica sobre cómo implementar de forma más efectiva dichas recomendaciones.
Un ejemplo concreto de asistencia por parte de la ONU Derechos Humanos fue acompañar técnicamente al Mecanismo Nacional contra la Tortura en su visita a las Estaciones Temporales de Recepción Migratoria, en la que entre otros aspectos se trató el tema de los menores. Uno de cada cinco migrantes que cruza el Darién es menor de edad. También está trabajando en colaboración con el Ministerio Público en la creación de un Protocolo de Acceso a la Justicia para Personas Migrantes, para que los fiscales puedan recibir y hacer seguimiento de todas las denuncias, especialmente de violencia sexual.
“Es esencial la atención y el acceso a la justicia de las víctimas de violencia sexual. Estamos trabajando intensamente para que ese derecho sea efectivo”, explicó Andrea.
Como parte de la estrategia subregional que ONU Derechos Humanos implementa con el apoyo de la cooperación de Suecia para garantizar el acceso de la población migrante a la justicia, otro ámbito en el que se está trabajando es el de los migrantes desparecidos, dado que es necesario fortalecer los procesos de recolección de cadáveres, identificación y entrega digna a los familiares. Se están elaborando estrategias para solventar las falencias de acuerdo con lo recomendado por el Grupo de Trabajo de Desaparición Forzada y al Comité de Desapariciones Forzadas de Naciones Unidas.
La Oficina está actualmente elaborando, de forma coordinada con la Defensoría del Pueblo, una herramienta que permita recolectar, clasificar y almacenar de forma rápida, efectiva y en tiempo real las violaciones de derechos humanos de las personas en su recorrido por la Selva del Darién y en su permanencia en las Estaciones Temporales de Recepción Migratoria. Esta herramienta estará a disposición de la Defensoría del Pueblo.
“Sin datos y sin información concreta y veraz no se puede hacer un análisis pormenorizado de lo que ocurre, ni definir estrategias de actuación”, explica Andrea.
"El viaje ha sido duro, pero habrá merecido la pena"
La diferencia entre los migrantes que tienen recursos y los que no, no solo permite un tránsito rápido y eficaz desde las Estaciones Temporales de Recepción Migratoria en la provincia del Darién hasta la frontera con Costa Rica, sino también durante el trayecto por la selva. El crimen organizado propone un “paquete” por el cual los migrantes que paguen entre 350 y 500 dólares serán escoltados y conducidos por el camino más fácil. Muchos de los chinos usan este método.
Fue también el caso de Bogto, un joven chino con el que hablamos en la Estación Temporal de Recepción Migratoria de San Vicente. Hizo el trayecto China-Turquía-Bogotá-Ecuador en avión y de Quito hasta Darién a pie.
“Yo quiero llegar a Estados Unidos, como todos aquí, y vivir el sueño americano. El trayecto ha sido duro, pero habrá valido la pena”.
No es la opinión de la venezolana Adileidis: “El trayecto ha sido horrible, mucho peor de lo que nunca hubiera imaginado. Y lo peor es que nadie te lo cuenta. Si lo hubiera sabido, no lo hubiera hecho”.
Nadie habla de lo que aún queda por recorrer. Miles de kilómetros pasando por otros cinco países hasta llegar a la frontera con Estados Unidos, en los que tendrán que enfrentar de nuevo las inclemencias del tiempo, la intemperie, el crimen organizado y las restricciones impuestas por los Estados.
*Este informe fue elaborado por ONU Derechos Humanos para NTN24.