Muchos analistas políticos han quedado perplejos ante el resultado de las elecciones parlamentarias del pasado 23 de Julio en España. Porque las predicciones eran que el país seria barrido por una marea azul (color del Partido Popular) que arrasaría con todo pendón del socialismo liderado por el PSOE. La marea no solo no se materializo sino que el resultado fortaleció al maltrecho PSOE cuya gestión no ha sido particularmente brillante.
El veredicto del soberano, por lo tanto, fue claramente de carácter centrista. Le otorgó fuerzas similares al PSOE y al PP que pese a algunos desvaríos representan el centro político español. Se rechazaron los extremos tanto de derecha como de izquierda (si es que estas categorías existieran en este siglo). Y castigó a los extremos representados por Vox y Sumar. Pero sobre todas las cosas, les ha dicho a los conductores políticos que está harto de los extremos y que desea ser gobernado con la sindéresis que nace del juego democrático y que se basa en la comprensión que nadie tiene el monopolio de la razón y por tanto escuchar al contrario y utilizar algunas de sus propuestas para mejorar el gobierno es lo que distingue a los estadistas de los simples gobernantes.
La pregunta que surge es ¿Estarán los dirigentes políticos de España a la altura del soberano? ¿O se enfrascaran en una riña de adolescentes que requerirá la intervención de una adulto? Las pocas declaraciones que han hecho los protagonistas de la política española dan motivos para pensar que va a ser necesaria la intervención de un adulto.
Afortunadamente el ordenamiento jurídico español creó un estadio superior de gobierno cuya función es unir voluntades; resolver conflictos y proveer al país de una visión estratégica. Corresponde al monarca reinante cumplir esa función recurriendo a lo que en Estados Unidos se denomina soft power. Que no es otra cosa que el poder de la razón. Es la capacidad de un ser imparcial para acercar a las partes mediante la articulación de escenarios suma variable sacándoles del escenario suma cero. Esa función fue llevada a cabo con verdadera maestría por Juan Carlos I, quien supo disminuir los arrestos autoritarios de la derecha y los revolucionarios de la izquierda para crear una cancha en que tanto el PSOE como el PP brillaron por varias décadas.
Corresponde ahora a Felipe VI hacer lo propio. Instrumentos la sobran porque es uno de los monarcas mejor educados del planeta y un individuo con visión moderna. Y así como su padre y su parienta Isabel II de Inglaterra lograron sacar a sus países de las trampas ideológicas de la política partidista para fortalecer la democracia, el actual impasse político puede ser la gran oportunidad para Felipe VI de brillar con luz propia.