“Yo quiero mucho al pueblo cubano, lo quiero mucho. Tuve buenas relaciones humanas con gente cubana y también lo confieso: con Raúl Castro tengo una relación humana”. Son palabras de Jorge Bergoglio, el Papa Francisco, pronunciadas el 11 de julio. Así se manifestó al ser entrevistado por dos periodistas en el canal de streaming ViX, de Noticias Univisión 24/7.
Ocurrió este 11 de julio, al cumplirse un año de las masivas protestas en la Isla, nada menos. La represión de aquellas protestas continúa teniendo consecuencias. Un año más tarde, las sentencias de un sistema judicial que en 63 años jamás ha fallado en contra del régimen siguen emitiéndose contra quienes reclamaron sus derechos en las calles.
Es curiosa la palabra elegida. Bergoglio “confiesa” su relación humana con Castro. Su propio inconsciente tal vez lo haya traicionado. Un verdadero lapsus freudiano, pues para un católico toda confesión implica un pecado anterior. Que en este caso sería el pecado de la indiferencia, del menosprecio por quien sufre y de la falta de misericordia, su obligación suprema como líder espiritual del catolicismo.
Al pueblo cubano que “quiere mucho”, el Papa Francisco les recuerda su “relación humana” con el dictador que los persigue, los censura, los reprime y los encarcela. Con ello ignora a quienes sufren, les priva del reconocimiento de su lucha por derechos. Si, además, la compasión que necesitan es soslayada por el propio Papa, el sentimiento de orfandad de los cubanos, un pueblo profundamente cristiano, se hace intolerable.
No hay reparación espiritual posible en una sociedad cuyo ordenamiento legal está deliberadamente diseñado para oprimir a los débiles, en este caso quienes piensan diferente, quieren hablar en libertad y votar en democracia. La tarea pastoral no puede ignorarlo, el Sumo Pontífice abandona así a su propia feligresía.
No es la primera vez que ocurre. Ya en su visita a la Isla en septiembre de 2015 no solo dispensó sonrisas a los Castro. También evitó a las Damas de Blanco, impidió a los disidentes el ingreso a la Catedral de San Cristóbal en ocasión de la misa y mostró indiferencia hacia los disidentes que se acercaban al papamóvil. Les dio la espalda cuando comenzó la represión.
En diciembre de 2016, esposas y madres de presos políticos venezolanos se encadenaron en la puerta del Vaticano reclamando la atención del Papa, no siendo recibidas. Tampoco hay record de que alguna vez haya condenado las violaciones a los Derechos Humanos y los crímenes de lesa humanidad perpetrados por la dictadura de Maduro. Ni siquiera ante los contundentes informes sobre el tema publicados oportunamente por la OEA y las Naciones Unidas.
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También guardó silencio ante la creciente represión contra la Iglesia Católica en Nicaragua. A comienzos de este mes 18 religiosas de la Asociación Misioneras de la Caridad de la Orden Madre Teresa de Calcuta fueron expulsadas de Nicaragua por el régimen de Daniel Ortega. Cruzaron la frontera por tierra el día miércoles 6 de julio, siendo recibidas en Costa Rica.
El 1 de junio fue detenido el párroco Manuel Salvador García, de la iglesia Jesús de Nazareno, por los supuestos delitos de amenazas con arma contra cinco personas. Fue declarado culpable y se le condenó a dos años de prisión en un juicio de veinte días. Esta misma semana fue arrestado monseñor José Leonardo Urbina, párroco del Perpetuo Socorro y vicario episcopal de Boaco, 88 kilómetros al este de Managua. Ello por una supuesta denuncia de violación a una menor; el Papa siempre en silencio.
Es que Bergoglio se dedica más al dogma político que al dogma cristiano. Se acerca a todo aquel que tan solo hable mal del capitalismo, sin importar si son corruptos, como los Kirchner; si mantiene una dinastía absolutista en pleno siglo XXI, como Castro; o si es un déspota inepto y criminal, como Maduro. O si se han enriquecido con ese capitalismo supuestamente inmoral, como todos los nombrados.
Con todos ellos Bergoglio se muestra sonriente, alegre. Con quienes se definen—o que él define—como “liberales”, se lo ve disgustado. Una imagen vale más que mil palabras, la sobreactuación fotográfica se repite incesantemente. Para Bergoglio, las víctimas de aquellos que declaman contra el capitalismo, pero lucran con dicho sistema, parecen tener poca importancia.
Ya que hace política, el Papa debería practicar una democracia de la solidaridad, ofreciéndola a todo aquel que sufre y que ha sido despojado de derechos, en vez de seleccionar ideológicamente a quien. Y ese también es un pecado a confesar, sobre todo para quien debería ser el pastor de todos.