La desinformación es algo con lo que convivimos desde hace tiempo. Es parte de los ciclos informativos desde antaño, pero con las redes sociales se ha convertido en habitual. Se propaga especialmente después de noticias controvertidas o que nos generan indignación, y el ataque terrorista de Hamás a Israel, y lo que ha venido después, está provocando una de las mayores olas de información falsa que los expertos recuerdan. Es una guerra de narrativas que pugnan por nuestra atención y nuestra mente, y de la que nadie se libra. Y se construyen y diseminan sobre dos arietes a los que los ciudadanos debemos poner especial atención.
El primero es la batalla de las imágenes: fotografías o videos en los que, en la mayoría de los casos, civiles –mujeres, niños, ancianos…– son víctimas de esa guerra, de esa violencia. Y ver a los más débiles o los más indefensos sufrir nos indigna y activa nuestro rechazo en el que inconscientemente buscamos al responsable de esa violencia para culparlo y criticarlo, para retirarle el apoyo o, incluso, para apoyar al otro bando del conflicto por solidaridad. Es una reacción normal; es la condición humana. Y quienes promueven esa guerra de narrativas lo saben y la estimulan; nos estimulan; o mejor: nos manipulan para que tengamos esa reacción. Por eso, cuando ese tipo de imágenes nos provoquen esa reacción, preguntémonos quién está enviando esas imágenes, dónde las estamos viendo, qué medios o plataformas las comparten (¡ojo que la marca azul de verificación de cuentas de X, antes Twitter, ya no es sinónimo de garantía). Miremos si los grandes medios –los tradicionales que filtran y confirman antes de publicar– las tienen o no. No es la primera vez que pasa que circulan imágenes indignantes de un conflicto o tema controvertido que no corresponden a ese suceso pero que nos las presentan como parte del mismo para indignarnos, para polarizarnos. En el ataque de Hamás y la respuesta israelí circulan ya muchas con ese propósito.
La segunda línea de batalla de esa guerra de narrativas es la de las palabras con las que describen o se refieren al conflicto y los hechos. Y este frente es más sibilino que el de una imagen. Es menos evidente pero que cala, y al que cada vez más recurren quienes las promueven. Y a veces, esas narrativas son asumidas –consciente o inconscientemente– por los medios. Conscientemente, como parte de líneas editoriales de periódicos o grupos de comunicación. Inconscientemente porque quien escribe las usa sin reparar, tal vez, en la carga que tienen las palabras que escoge. Son términos que toman partido o que presentan una realidad deformada o parcial. Pero que quien escriba o informe las use no quiere decir que nosotros las tengamos que aceptar. Ejemplos sobran. Yo me encontré tres en una nota de una agencia de noticias esta semana.
Hablaban del “conflicto palestino-israelí”, cuando lo que ha sucedido es ‘un ataque terrorista de Hamás contra Israel’. Evidentemente, el conflicto palestino-israelí tiene larga data, pero es la horrible e inhumana agresión de Hamás del pasado sábado lo que nos tiene ahora en este ciclo informativo.
Hablaban de “tensión y violencia entre las dos partes”, equiparando agresor y agredido. La violencia es rechazable, pero un ataque contra el Estado de Israel como este de Hamás legitima al gobierno israelí a responder (sé que aquí el debate es enconado, pero las atrocidades perpetradas por los militantes radicales no pueden estar justificadas por un conflicto histórico).
O este último, en el que la nota periodística informaba del número de personas han muerto o están heridas por “ataques aéreos israelíes”; pero luego, para dar las cifras de los muertos o heridos en la Franja de Gaza, decían “el conflicto ha matado” a tantos israelíes. ¿“El conflicto”? No: ‘Hamás ha matado’ a tantos israelíes. El sujeto preciso es importante, y al diluirlo se diluye también la responsabilidad, además de hacer más imprecisa la información.
La guerra de desinformación está para quedarse. Al aumentar la velocidad con la que nos llegan noticias, con la que nos informamos, la desinformación también se acelera y nos inunda sin darnos cuenta. Lo importante es que desarrollemos el sentido crítico de lo que leemos o vemos, para que no nos manipulen.