La narrativa de la mayoría de los medios occidentales presenta a Vladimir Putin como una suerte de Doctor Muerte hundido en un delirio de grandeza que ejecuta un plan siniestro cuyo desenlace será la aniquilación del enemigo a cualquier costo, incluyendo la auto destrucción.
Solo así se puede racionalizar un ejercicio de guerra que ha debilitado sensiblemente a Rusia, destruyendo lo que otrora fuera una nación floreciente de Europa oriental, trastornando el mercado energético mundial y condenando a muchos países del Medio Oriente y África a una hambruna.
Pero que pasaría si pensáramos que la guerra contra Ucrania es un mecanismo para debilitar a Occidente y provocar un reacomodo del mapa geopolítico mundial, dicho de otra manera, ¿no será la guerra contra Ucrania un subterfugio similar al proyecto conocido como la Iniciativa de Defensa Estratégica de la administración Reagan?
La intención de este programa era desarrollar un sofisticado sistema de misiles antibalísticos para evitar ataques con misiles de otros países, específicamente la Unión Soviética.
Esto hacia inútiles las armas nucleares de cualquier enemigo de Estados Unidos y ante la posibilidad de quedar a la intemperie, la Unión Soviética decidió replicar el programa, dedicando ingentes recursos al desarrollo de una alternativa a la Iniciativa de Defensa estratégica. Dichos esfuerzos drenaron la economía soviética de recursos en momentos en que el país había logrado formar una clase media urbana que ambicionaba mayores niveles de confort.
Este drenaje de recursos debilitó al país de tal manera que no le permitió absorber las reformas lideradas por Mikhail Gorbachov; el epilogo lo sabemos.
Hoy Rusia no tiene manera de hacerle creer a occidente, y muy particularmente a Estados Unidos, que es capaz de producir una amenaza tecnológica, de allí que su objetivo de colocarse entre las potencias líderes del mundo solo pueda lograrse debilitando a las democracias liberales con una agresión armada que dispare al mismo tiempo un sensible drenaje de recursos, exacerbe las diferencias internas y descoyunte la matriz energética mundial.
Estos tres procesos forzosamente llevarán a las democracias liberales a confrontar simultáneamente un fuerte disentimiento interno y un drenaje de recursos que hoy son esenciales para recomponer la cadena de valor; en la medida que estos dos procesos hagan crisis, occidente preferiría iniciar una negociación en la cual tendrá que aceptar una definición de fronteras ventajosa para Rusia en detrimento no solo de Ucrania, sino de otros territorios que formaron parte del imperio soviético.
Signos del debilitamiento occidental ya comienzan a ser evidentes. Estados Unidos y Europa acaban de darse cuenta de que no cuentan con suficientes municiones para mantener un conflicto armado prolongando.
Los países del Golfo, que se han convertido en una suerte de máquina de transformación del petróleo ruso, tienen ahora dificultades para colocar el propio cuyo precio es más elevado.
Para los grupos radicales, que son minoría en las democracias liberales, la guerra ha servido de pretexto para detonar causas divisivas y polarizantes, y el extremismo islámico se ha avivado en Europa, Israel y algunas naciones de Asia.
China está comenzando a sentir el impacto de la reducción de demanda para sus bienes manufacturados en la medida que los ciudadanos de Europa reducen al mínimo los gastos no esenciales y en Estados Unidos se desarrollan alternativas a esos productos.
Y mientras no se avizore la posibilidad de una victoria militar para Rusia o para Ucrania, el ejercicio bélico se mantendrá y su prolongación solo servirá para generar conflictos internos en la alianza occidental.
En Rusia la situación es estable, ya que el señor Putin no tiene que rendir cuentas a nadie ni teme que una fuerza política opositora lo desplace del poder; por tanto, para el impacto de la guerra no es tan debilitante como si lo es para occidente.