Por: Asdrúbal Aguiar
Si aún se acepta en el siglo XXI que la democracia es soberanía del pueblo, que elige y no solo vota, puede afirmarse que María Corina Machado ya ha derrotado democráticamente al despotismo de Nicolás Maduro Moros. Cuenta con suficiente legitimidad de origen. Cosa distinta es que, de espaldas a la sagrada voluntad popular, no la de Machado como algunos aviesamente señalan, una logia de franquicias partidarias que son la negación de los partidos modernos de Venezuela hoy haga transacciones para ofrecerle al poder despótico de Nicolás Maduro un alter ego de conveniencia. Como cosa diferente pero falaz es que declare representar a la unidad nacional, con menos del 7% del electorado que la apoya. Las elecciones primarias celebradas y que ahora niega junto al régimen que la somete y hace objeto de chantaje, son más que concluyentes.
El mandato de Machado, tal como lo veo, causa temor, sí, a Maduro Moros quien se niega a medirse electoralmente con esta, pero todavía más incomoda al artificio de la “oposición partidaria” mencionada: “nombremos a Manuel Rosales y luego vemos como atajar a la señora”, ha dicho uno de sus anfitriones. Y en efecto, la cuestión es que el ahora afirmado liderazgo de esta significa el cierre de un proceso que, otra vez y como experiencia (1830, 1935) ha retrasado el ingreso de la nación a su siglo subsiguiente; siendo que debimos concluir el nuestro, el siglo XX, como excepción posible y con serena madurez, a partir de 1989, coincidiendo con el final de la república civil de partidos y el ingreso de Occidente al desafío civilizatorio de las tercera y cuarta revoluciones industriales: la digital y la de Inteligencia Artificial.
Al haberse modernizado Venezuela durante los treinta años precedentes a 1989, de los que ninguna memoria conservan las generaciones adánicas contemporáneas y en modo alguno defienden las franquicias partidarias en cuestión, menos los exdirigentes empresariales que las usan y presionan en un país sin empresas como el nuestro, bien pudimos adelantar los tiempos rompiendo todos con la fatalidad del mito de Sísifo. No lo hicimos, es lo pasado.
Mas la inhabilitación inconstitucional de Machado, sólo posible bajo el señalado despotismo que ha desmaterializado a la república y pulverizado a la nación venezolana, es prueba cabal de las dos premisas anteriores, a saber, la derrota electoral de Maduro por “walkover” y el final de la simulación democrática, validada por una oposición de utilería y sin arraigo popular, funcional al régimen desde 1999. Es esa una verdad palmaria que mal podrán tamizar los lobistas y las mesas diplomáticas, mejor ocupadas de transar intereses materiales mientras desprecian al bien de la libertad, y quienes han vuelto a la democracia un ejercicio de fingimiento donde se vota, pero no se elige. Lo acepta el provincial de la Compañía de Jesús: “elecciones mínimamente competitivas… para evitar una profundización de las sanciones”, es lo único que importa y son sus palabras.
El reciente conciliábulo entre los mismos rostros que han hecho y deshecho con la vida del país sin respeto por sus electores y a la manera de nuestros gamonales del siglo XIX – lamento que haya tenido lugar en mi Alma Mater, donde enseño desde 1976 – recrea, ante mi vista, el desenlace de 1998. Desestructurado el país tras el «quiebre epocal» de 1989, cuando “las gentes dejan sus casas para irse a las calles sin querer regresar” (Ramón J. Velásquez dixit) y negándose esos mismos actores a las salidas adecuadas para la reinstitucionalización por opuestos a la reforma constitucional y a las reformas económicas, optaron – lo recordaba Jorge Olavarría – por el regreso al siglo XIX con su “gendarme necesario” a cuestas. Creyeron que aseguraría sus privilegios a cambio de facilitarle su ruta hacia la presidencia. Era el último en las encuestas, en enero del año mencionado. Y, con el apoyo de USA al igual que ahora, dejaron en la estacada al Enrique Salas Römer, al que las encuestas situaban como opción victoriosa. Sacaron del foso, con dinero y medios, a un habilidoso traficante de ilusiones, Hugo Chávez. ¡Y es que Salas no era complaciente con los cogollos de los partidos declinantes y tenía visión propia, y el pueblo le acompañaba! Era una amenaza para las franquicias políticas que se formaran en Venezuela luego de El Caracazo. Un militar que llegaba por los votos y no más con los tanques podía ser influenciable, les daría espacios para medrar y subsistir en zonas cómodas, y a la luz de la tradición, sería un modernizador. La miopía se los engulló.
Lo cierto es, que, sin que otra aporía ni el rubor les inhibiese, los franquiciados de finales de la IV República de partidos como las élites que se beneficiaban de aquéllos – los mismos de ahora y sus causahabientes durante la V República – optaron por tener como candidato a un compañero de Chávez en su hornada golpista, al comandante Francisco Arias Cárdenas. Nada les arredró el que ambos llegaban a la política con el cometido de borrarle al país todos sus recuerdos, como si nuestra modernidad hubiese sido un diluvio universal. Sólo les importaba revalidar las tarjetas de sus franquicias, de tanto en tanto. Tanto como luego aparece en la escena Manuel Rosales, en 2006, para servir sin serlo en propiedad como candidato presidencial “tapa”. Lo necesitaba Chávez y hubo lugar al reseñado entendimiento de este con el mismo personaje – José Vicente Rangel – que le permitiera regresar luego a Venezuela, en 2015, tras haber sido enjuiciado por peculado.
Los venezolanos, generosos, tras el símbolo de la Unidad y empeñados en ponerle fin al despotismo, le dieron a esta, como símbolo, aun sabiendo de los antecedentes de quienes se ocultaban tras de ella y sin endosarlos, una oportunidad. La destruyeron estos con el Interinato. Son, al cabo, los responsables de la pérdida de nuestra libertad y la total aniquilación de la modernidad en Venezuela a manos de Maduro.
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