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Asdrúbal Aguiar Asdrúbal Aguiar

La conspiración del Marqués de Casa León

Lea aquí la última columna de opinión de Asdrúbal Aguiar, Secretario General del Grupo Idea.

A la historia venezolana, en tiempos de dictaduras o dictablandas que son las más, y bajo el actual e inédito despotismo criminal que se engulle al Estado exprimiéndole sus ubres mientras la nación sufre y se desparrama, no la abandona el síndrome de Casa León. La proximidad del 28 de julio ha vuelto a acelerar su circunstancia suicida.

El país, en su despertar, realizando una suerte milagro que se resume en la procesión que avanza tras María Corina y a la manera de una Pastora barquisimetana, levantando el polvo de nuestra geografía nada pide a cambio, sólo que le dejen respirar y reencontrarse con los afectos distanciados. Entretanto, los causahabientes del marqués de Casa León, ese zorruno truhan que tiene a su mejor réplica en la figura de Tancredi Falconeri recreada por El Gatopardo, mientras celebran al tsunami popular en curso se dicen para sus adentros y entre ellos que «si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie». Se proponen sobrevivir. Les urge seguir atados al tráfico del poder, en una hora de inflexión dictatorial inevitable.

Ese antihéroe que fuese Antonio Fernández de León, al que le dedica páginas memorables don Mario Briceño Iragorry a fin de que la Venezuela sin memoria esté prevenida, era un «empresario exitoso» desde las vísperas de nuestra emancipación hasta consumada la verdadera independencia que nos hace libres en 1830; un lleva y trae que se mueve entre los patriotas y los realistas, tal como lo hacen sus causahabientes desde hace cinco lustros, trillando entre las franquicias opositoras que dominan, sus pulperías endomingadas de bodegones y el invasor de Miraflores.

La cuestión es que, esta vez, el fenómeno telúrico que envuelve a la casi totalidad de los venezolanos, los de afuera, los de adentro, los de las ciudades, los de los pueblos más remotos y abandonados de ese cuero seco que es nuestra geografía, ahora sí, es el protagónico. El levantamiento popular se le atraviesa a la tradición del gendarme necesario. Le perdió el miedo y media una fuerza en génesis que sólo llega, excepcionalmente, en naciones maltratadas con sevicia, que han sufrido de un severo daño antropológico. Sin ella y sin quien la interprete con legitimidad, por ende, se hará cuesta arriba la gobernabilidad del país.

Cuando ocurre el primer amago de insurgencia libertaria venezolana contra Napoleón Bonaparte, una vez como este invade a España e impone como monarca a su hermano José, en 1808 los criollos, hijos de españoles, demandan el establecimiento de una Junta autónoma tras la “conjura de los mantuanos” para autogobernarse. Mas descubiertos y perseguidos por el Capitán General, el marqués de Casa León, justamente el primer viandante de la conspiración y redactor de su proclama dice, entonces, no tener nada que ver con ella ni con sus promotores, a quienes desconoce y son perseguidos. Sucesivamente, a la caída de la Primera República es el mismo Casa León quien, como jefe de rentas de la Confederación y enviado para que negocie la transición con el canario Domingo de Monteverde, al término traiciona a Francisco de Miranda. Se pasa al bando del líder realista. Lleva luego la cizaña hasta su amigo, el Padre Libertador y a los suyos, volviéndoles conspiradores contra la libertad en ese instante agonal. Es quien, al paso, tras los intentos del Precursor para liberar a Venezuela antes de 1810, aporta dineros para pagar el precio por la cabeza de este eminente venezolano cuyo nombre figura en el Arco de Triunfo.

Hecho preso en La Guaira, el hijo de la panadera como le llama Inés Quintero, una vez entregado a los realistas por esa logia seminal de los «boliburgueses» de ahora Monteverde la compensa. Le da pasaporte para que huya. Bolívar, con el suyo, se dirige hasta Cartagena de Indias, desde donde lapida con su Carta célebre a la Ilustración civil que nos dio nuestra primera carta de derechos, el acta de la Independencia, y la primera Constitución Federal, en 1811.

Tras colaborar con Monteverde, Casa León funge después como director de rentas de Bolívar cuando este llega a Caracas en 1813. Y en 1814, al tomar la ciudad José Tomás Boves, el Urogallo, le acepta el cargo de gobernador político. Es el felón a quien la monarquía española, una vez restablecida y tras la acusación que formula Pablo Morillo, le abre expediente por deslealtad; más al término, este Reineke, El Zorro, tramposo y timador, logra que el mariscal español Miguel de la Torre le designe jefe político de Venezuela hasta las postrimerías de la guerra por la Independencia. Consumada la batalla de Carabobo viaja a Curazao y de allí a Puerto Rico. María Antonia Bolívar, por instrucciones del Libertador, le ayuda económicamente.

El Marqués de Casa León, en suma, es la síntesis del tránsfuga o alacrán mayor, cercano a Tío Tigre, sea quien fuese, al que sirve creyendo amansarle para después argüir ante sus críticos, como lo hace aquél según su defensor, Juan Uslar Pietri, que se le “iba la vida en su decisión”. O bien, que “se valió luego de aquel cargo para ayudar a sus amigos perseguidos” o para preservar su hacienda.

La historia magistra vitae est. Así como las hormigas enseñan a los humanos cómo buscar y guardar las cosas necesarias para la vida, igualmente Tío Conejo “es un animal como el erizo, que sabe habitar en cavernas y huecos de piedra”, sabiéndose asegurar hasta el instante oportuno (Tratado de las langostas, Madrid, 1610). Y cabe recordar que, mientras las armas y el perezjimenismo unido a sus comisionistas veían con ojeriza al presidente Rómulo Betancourt, lo que sostuvo al nacimiento de nuestra república democrática evitando su derrumbe a partir de 1959 fue la presencia diaria y desbordante del pueblo llano en la Plaza O’leary. La llave de esa gobernabilidad, enhorabuena, está en buenas manos, las de María Corina y su unión con “Edmundo para todo el mundo”.

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