Llega el día ahora llamado de la resistencia indígena, que para todos los de mi generación y durante los 500 anteriores ha sido el Día de la Raza o del descubrimiento de América. Pero, como en una hora de disolución como la que vive Occidente desde hace 30 años, y según parece, todo vale, hasta la reescritura a conveniencia de la historia para que nos declaremos, todos, hijos de nadie, diáspora, huérfanos de historia, otra vez se resucita desde la izquierda retrógrada y mal llamada progresista la tesis del genocidio de nuestra colonización.
En carta que suscribe en idioma español –le ha de pesar como herencia– y que dirige a Papa Francisco el presidente de los Estados Unidos Mexicanos, Andrés Manuel López Obrador, diciéndose su admirador le dice en lenguaje melifluo que “debemos ofrecer una disculpa pública a los pueblos originarios que padecieron de las más oprobiosas atrocidades para saquear sus bienes y tierras, y someterlos, desde la Conquista de 1521”.
En esencia y en tesis que busca hacerse recurrente por sus propaladores, López Obrador plantea que nos sintamos avergonzados del ser que somos: esa “raza cósmica”, la “quinta raza” que describe el filósofo mexicano José de Vasconcelos Calderón, en procura de un imposible, la deconstrucción de la historia. Crear un nuevo ser que sólo sea la obra de nuestras manos. Cada individuo habrá de volverse el Dios de su realidad, dando por muerto a Dios y sin la obligación de discernir entre el bien y el mal, siendo absoluto; eso sí, mientras no le sustituya pronto el Homo Deus ex Machina, obra de la revolución digital.
Tras todo esto, como cabe advertirlo, medra una empresa deliberada de expoliación de conciencias que, procurando la ruptura total con los lazos de identidad y cultura construidos mediante el solapamiento histórico de conquistas y migraciones milenarias, que forjando la dispersión –internautas acríticos bajo el gobierno de plataformas globales y sus narrativas dominantes– sosieguen toda resistencia a la tarea de nueva colonización posmoderna que se adelanta.
Sólo la estupidez humana, la incapacidad corriente de imaginar el bosque por quienes a diario tropiezan con los árboles, hace posible que un gobernante servil a la causa de la destrucción de las culturas, en falaz nombre de estas exija del Vaticano y al Rey de España que se arrodillen, que pidan perdón por la inédita obra de aculturación –sin exclusión cultural– acometida por sus antecesores en América.
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La Hispania que luego se mixtura con el mundo indoamericano para dar lugar a lo que somos, ¿a quién le reclamara perdones por las colonizaciones y pérdidas de vidas sufridas en su territorio a manos de los romanos, desde los años 19 anteriores a la cristiandad?
La España del presente, esa Madre Patria nuestra que avergüenza a no pocos americanos y hace avergonzar a sus gobernantes y diplomáticos de circunstancia, ¿pedirá a las tribus germanas (alanos, vándalos, suevos) o a los suecos o polacos (godos) les repare por los secuestros y actos de violencia sufridos entre los siglos V al VIII sobre su territorio peninsular por aquellas y por ostrogodos y visigodos? ¿O tendrá que demandarlo a los musulmanes que la toman para fundar Al-Ándalus durante el siglo VIII de nuestra Era, declarada ahora como “no cristiana” por Francisco en 2019?
¿O mejor aún, pedirá a los escandinavos o países nórdicos, quienes suelen financiar a la corriente progresista de destrucción de nuestros sólidos culturales y que promueve en la actualidad otras migraciones en Europa y América, les indemnice por las invasiones vikingas entre los años 789 y 1.199?
Ni tan originarios menos pioneros son nuestros pueblos de América llegados a través del Puente de Bering desde la Siberia, durante los miles de años que preceden a la cristiandad– de allí los rostros asiáticos de nuestros primeros pobladores y sus causahabientes– que, según testimonios constantes en documentos de nuestra historia e investigaciones científicas paleo-americanas, hasta se afirma hacemos parte de una de las doce tribus de Israel.
Foto: Cortesía
En mi más reciente libro por editarse, La mano de Dios: Huellas de la Venezuela extraviada (2020), narro que ya en el 500 a.C. monjes budistas constatan en nuestro continente vestigios de su civilización, verificados por los mismos españoles durante su descubrimiento “segundo”; tanto como se dice que la raíz de lo americano ancla en el tronco de Cam, segundo hijo de Noé, explicándose así los rastros del culto hebreo encontrado por los españoles entre los indígenas del Nuevo Mundo. No por azar habría ocurrido el “verdadero” genocidio, el intelectual, que se atribuye al primer Obispo de la diócesis de México, Juan de Zumárraga, quien trae al Nuevo Mundo la primera imprenta, en 1539.
A su pedido funda el Rey en 1551 la Real y Pontificia Universidad azteca, pero es acusado de haber hecho una pira con las pinturas, códices y manuscritos encontrados en Tezcuco o Texcoco, la ciudad más culta del México antiguo, que daban cuenta de lo anterior. Otros endosan la cuestión a los tlaxcaltecas aliados de Hernán Cortés, en 1520. Pero, lo indiscutible es que en ese ir y venir, Marco Polo, abriendo las rutas hasta el Lejano Oriente, hasta Cathai y Cipango, las actuales China y Japón, es quien le da a Cristóbal Colón el santo y seña para el derrotero que le lleva a encontrarse con la América que debió llamarse Colombia y con la Pequeña Venecia, hoy Venezuela, permitiéndonos el encuentro con la Humanidad.
De forma tal que, como lo escribo en el texto de marras, la savia de nuestro ser es milenaria y no sólo quinto centenaria, salvo para quienes, negándose a sí mismos, nos hacen creer que tendremos vida propia sin maternidad alguna.
Sobre lo primero permítaseme repetir lo que mejor dice y escribe Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, antes de su elección a la cátedra de Pedro: “A la extensión de Europa hacia el Este, gracias a la progresiva extensión de Rusia hacia Asia, corresponde la radical salida de Europa más allá de sus confines geográficos hacia el mundo que está más allá del océano, que ahora se llama América”.
“En la sociedad actual, gracias a Dios, se multa a quien deshonra la fe de Israel, su imagen de Dios, sus grandes figuras. Se multa también a quien vilipendia el Corán y las convicciones de fondo del islam. Sin embargo, cuando se trata de Cristo y de lo que es sagrado para los cristianos, la libertad de opinión aparece como el bien supremo, cuya limitación resulta una amenaza o incluso una destrucción de la tolerancia y la libertad en general”, observa el Papa Jubilado.
La apreciación suya es lapidaria y toca, por lo antes dicho, a la verdad tras la destrucción en curso de las imágenes de Cristóbal Colón, el Ulises que arriesgando sus naves entre las aguas salobres del mar océano y las dulces del majestuoso Orinoco toca tierra continental americana en 1498: “Occidente siente un odio por sí mismo que es extraño y que sólo puede considerarse como algo patológico; Occidente sí intenta laudablemente abrirse, lleno de comprensión a valores externos, pero ya no se ama a sí mismo; sólo ve de su propia historia lo que es censurable y destructivo, al tiempo que no es capaz de percibir lo que es grande y puro… Necesita de una nueva –ciertamente crítica y humilde– aceptación de sí misma, si quiere verdaderamente sobrevivir”.
Artículo de Asdrúbal Aguiar
Miembro de la Real Academia de Ciencias, Artes y Letras de España
correoaustral@gmail.com