Las tiranías a lo largo de la historia se han anclado al poder usando las riquezas y la represión. Cuando se acaba la primera lo único que queda en la caja de herramientas es la represión. Contra enemigos primero y contra los amigos después.
La mitología griega narra como un tiránico Saturno recibe la profecía de que uno de sus hijos le arrebataría el poder, tal como lo hizo él con su padre. Saturno enloquece y se come a sus propios hijos para evitar lo inevitable. Al final la profecía se cumple y el tirano cae a manos de uno de sus vástagos.
La dictadura de Venezuela ha comenzado a comerse a los hijos ideológicos del fallecido Hugo Chávez. Han caído vacas sagradas como el todopoderoso exvicepresidente Tareck El Aissami y exministros como Oswaldo Pérez, Xavier Anchustegui, Juan Santana y otros.
Lucha anticorrupción. Venezuela, el segundo país más corrupto del mundo, según Transparencia Internacional, ha declarado una lucha apócrifa contra la corrupción. Una cacería profiláctica para eliminar traiciones presentes y confabulaciones futuras.
Corrupción y dictadura caminan de la mano. La manera en que el chavismo gestiona el poder ha institucionalizado la corrupción, las mordidas y los negocios opacos. Ahora dicen querer matar al monstruo que ellos mismos alimentaron.
Maduro imita a China. En 2012 el entonces Secretario General del Partido Comunista, Xi Jinping, anunció una cruzada nacional anticorrupción. El alto cargo aseguró que no haría acepciones, iría a “cazar los tigres y aplastar las moscas”.
Una estrategia multipropósito. Las moscas, según Xi, hacían referencia a los funcionarios menores del Partido Comunista. Los tigres eran los peces gordos, los altos cargos del ejército, el partido y otras elites en el poder consideradas intocables.
Cadena perpetua. Maduro ha dado un paso más allá y en su patológico temor de perder el poder, anunció una reforma constitucional para establecer prisión de por vida a quienes lo traicionen, le jueguen sombra o cometan actos de corrupción.
Un mensaje para convencidos y dudosos. Ante esta nueva faceta anticorrupción de Maduro, los leales como Diosdado y los imprescindibles hermanos Rodríguez deberían dormir con la luz encendida. En una tiranía todos son sospechosos y posibles traidores.
Un bumerang en su contra. Aunque Maduro crea que las farsas electorales y la simulada lucha anticorrupción le garantizarán otra década en el poder, el tiro podría salirle por la culata.
Las purgas internas, la persecución a leales y el enriquecimiento obsceno del régimen de Venezuela podría tener un efecto adverso e inesperado, creando una olla de presión que podría estallar en las narices del dictador. Una profecía inevitable, aunque el régimen se coma a sus propios hijos.