Leo en “14 y medio” que todavía hoy “Granma”, órgano oficial del Partido Comunista Cubano, no ha informado acerca de la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la República Democrática Alemana. Y que solo unos contados miembros de elite del partido fueron informados de aquel histórico evento. En privado, por supuesto.
He ahí un rasgo cardinal del comunismo: de todas las guerras libradas, reales y de ficción, la guerra informativa es la primera; y, me animo a decir, también es la última. En ello comparte el parentesco con otras variedades de totalitarismo. La eliminación del pluralismo en la sociedad civil comienza por homogeneizar voces y uniformar relatos. Elemento central de la dominación, tendrá éxito si al final ni siquiera existe una sociedad civil en sentido estricto.
Es que lo que el partido excluye de la deliberación no existe. Vieja técnica de subordinación, el comunismo castrista es un buen intérprete del género desde hace 62 años. Que ahora utiliza en su reciente intento de darle una segunda vida a la CELAC a través de la manipulación de la narrativa y la construcción de una realidad paralela conveniente. Similar al ejemplo de la caída del Muro de Berlín que, según el PC cubano, jamás ocurrió.
Concebida para oponerse a la influencia de Estados Unidos y Canadá en la región, sin sede ni diagrama organizacional y con propósitos difusos, CELAC se propuso ser rival y sustituta de la OEA. Como tal, no exige a sus miembros “la celebración de elecciones periódicas, libres, justas, [un] régimen plural de partidos, y la separación e independencia de los poderes públicos”, según estipula la Carta Democrática de la OEA, ni tampoco requiere que el pueblo cuente con “la capacidad constitucional de forzar la alternancia en el poder”, ahora citando un texto reciente de Luis Almagro.
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Es decir, CELAC propone un multilateralismo hemisférico de autocracias, obviamente a la medida del castrismo y sus satélites. Lo confirma la propuesta de reemplazar a la OEA en la última reunión de México, pues el ataque a la OEA y a Almagro es requisito para legitimar esta suerte de orden multilateral de partido único; partido único de jure, como en Cuba; de facto, como en Venezuela y Nicaragua; o como proyecto, según impulsan el MAS boliviano, López Obrador en México y Fernández-Kirchner en Argentina.
De ahí la confluencia de elogios a Cuba y de críticas a Almagro, elementos centrales de la “agenda de sustitución de la OEA” desplegada en México. Así deben leerse los mitos y leyendas de rigor que siempre surgen: el relato sobre un imperialismo que solo está en los libros, la condena de un bloqueo que no existe, la solidaridad con una revolución convertida en dictadura personalista de seis décadas, y el martirio ficticio sufrido por Evo Morales.
Es que, para eso se usa la narrativa en el totalitarismo: lo que se dice desde el poder es la verdad, lo que se ignora no existe. O sea, si el Muro de Berlín todavía está en pie, no puede resultar muy difícil argumentar que Evo Morales ganó elecciones limpiamente y jamás violó la constitución para perpetuarse en el poder.
De ahí el ataque a la OEA por ser un organismo “lacayo” y a Almagro por mantener intacta la defensa de la democracia basada en elecciones transparentes y no callar ante los atropellos, violaciones de derechos humanos y crímenes de lesa humanidad. Un Secretario General así incomoda en La Habana.
Pero lo que más incomoda es que lo haga con identidad y trayectoria pública progresista, siempre promoviendo la equidad social y fortaleciendo derechos. Para quienes suenan muy de izquierda frente al micrófono, pero luego de décadas en el poder son responsables por la pauperización y la desigualdad, mientras restringen ciudadanía; es decir, eliminan derechos, eso además expone la corrupción de esta supuesta izquierda.
Para volver al comienzo, si homogeneizar voces y uniformar relatos es clave en la dominación totalitaria, disciplinar a los subalternos de otras latitudes es fundamental para proyectar ese sistema en la geografía. Así funciona el multilateralismo de autocracias. Hablemos de lacayos.
Por: Héctor Schamis