Cuando hablamos de basura, nos estamos equivocando incluso en la semántica. No es basura, son recursos que deben reciclarse y transformarse. Si son orgánicos se pueden compostar y utilizar para producir energía. Si son sólidos, se reciclan y transforman en materia prima para nuevos productos de alto valor o también se convierten en energía.
Ya hay países como Noruega que conocen el valor real de estos recursos. Allí, la tasa de reciclaje del 97%, es decir que hoy reciben basura o como ellos las llaman “materias primas” de otros países como Reino Unido, para alimentar su economía e incluso cobran por recibir esa basura.
Noruega genera energía incinerando 300.000 toneladas de basura al año, asegura la Fundación Aquae. Con el calor de la basura quemada hierven agua y el vapor que se desprende va a parar a una turbina, cuyo movimiento se transforma en electricidad, almacenable y transportable.
Cuatro toneladas de residuos producen la misma energía que una tonelada de combustible fósil, aseguran los responsables del proyecto. Así, Noruega logra producir combustible más barato, menos desperdicios y menos contaminación.
“Los responsables calculan que en 20 años las emisiones de Noruega se podrían reducir a la mitad utilizando la tecnología de estas plantas”, según el artículo de la Fundación Aquae.
Otro ejemplo que están siguiendo muchas ciudades del mundo son las plantas de biogas. Estas planas son alimentadas con residuos orgánicos que de no ser tratados liberan grandes cantidades de Gas Metano que va a la atmósfera, contribuyendo con el calentamiento global.
El mundo genera 2.010 millones de toneladas de desechos sólidos municipales cada año y al menos el 33% de ellos no se gestionan sin riesgo para el medio ambiente, según cifras del Banco Mundial. De igual forma, se espera que la cifra de basura aumente en 70% en el año 2050.
Esas cifras demuestran que el potencial económico de la basura es inmenso y no lo estamos aprovechando, porque además de servir para producir energía barata y productos de alto valor agregado. Estos proyectos evitan emisiones de carbono, así que si se definen adecuadamente, pueden producir también créditos de carbono que ayudarían a financiar el desarrollo sostenible de nuestros países.
Los proyectos de transformación de basura pueden ser ambiciosos, de alta calidad y alto impacto, porque dejan capacidades en las comunidades, generan trabajo con sueldos equitativos y dan la posibilidad de desarrollar productos de mayor valor mejorando la calidad de vida de los pueblos.
Esta es la oportunidad para que los países de América Latina gestionemos y veamos la basura como recursos, como una forma de proteger nuestros ecosistemas y de transformar nuestros sistemas agrícolas, de manera que sean menos dependientes de fertilizantes fósiles y utilicen soluciones de compost por ejemplo.