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Viernes, 22 de noviembre de 2024
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Héctor Schamis Héctor Schamis

Repensando el antisemitismo: por Héctor Schamis

Cuanto más educada sea una sociedad, más refractaria será a toda forma de prejuicio y discriminación, el antisemitismo entre ellos.

Una reciente encuesta de la ONG “American Jewish Comittee” reporta un alto nivel de ignorancia acerca del Holocausto en la sociedad estadounidense. Ello medido a través de varias preguntas: la cantidad de víctimas, la fecha y cómo llegó Hitler al poder, qué fue Auschwitz y el número de visitantes al Museo del Holocausto, entre otras consultas formuladas en la investigación.

Predeciblemente, el estudio muestra que el nivel educativo está altamente correlacionado con el conocimiento del Holocausto. A más años de instrucción formal de los encuestados, primaria, secundaria y terciaria, mayor conocimiento sobre el fenómeno en cuestión.

Dada la importancia de la educación, AJC propone aunar esfuerzos para contrarrestar el desconocimiento sobre el Holocausto, identificando los factores que lo explican y promoviendo campañas de concientización y divulgación del tema. La ONG concluye que la falta de conocimiento facilita la trivialización y el negacionismo del Holocausto, contribuyendo con ello al antisemitismo.

En principio toda iniciativa de divulgación histórica es positiva. La educación siempre se justifica por sí misma; es medio y fin al mismo tiempo. O sea, también es un instrumento a los efectos del tema que nos ocupa. Cuanto más educada sea una sociedad, más refractaria será a toda forma de prejuicio y discriminación, el antisemitismo entre ellos.

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Como hipótesis de trabajo, educar para combatir la ignorancia sobre el Holocausto también es válido para luchar contra el olvido y robustecer la memoria. Como regla general, siempre es necesario mantener viva la memoria. Como reparación, además, no es casual que el Estado que más educa a su sociedad sobre el Holocausto sea Alemania, una sólida democracia.

Sin embargo, ello se enfrenta a un despiadado enemigo: el paso del tiempo. No he visto estudio alguno, pero me arriesgo a decir que una encuesta similar sobre los pogroms arrojaría resultados aún más desalentadores. Asociados a la Rusia Imperial del siglo XIX, el propio término se deriva del ruso, así era la práctica del linchamiento y expulsión de los judíos. Lo mismo acerca de la expulsión de los judíos de España a partir del Edicto de Granada en 1492. Probablemente un estudio similar evidencie aún menos conocimiento, siendo ambos sucesos comparables al Holocausto.

Es que el tiempo nos aleja. Sabemos más sobre el Holocausto porque conocimos sobrevivientes, los vimos y los escuchamos. Crudamente, vimos sus brazos tatuados con un número. Ello permite inferir que el Holocausto será un tema académico en el futuro, una discusión sobre la historia para expertos, así como se debaten los pogroms y la Inquisición.

Lo cual nos obliga a preguntarnos sobre el antisemitismo de hoy, que no ha desaparecido, pero ha mutado. Entender esa mutación es esencial para la construcción de sociedades libres y abiertas, con derechos para judíos y no-judíos.

El antisemitismo de hoy se expresa de una forma más sutil pero no necesariamente pacifica ni menos corrosiva: el anti-sionismo. El sionismo es un movimiento político nacido a fines del siglo XIX y basado en el principio que el pueblo judío, en una diáspora milenaria, es merecedor de su propio Estado, a su vez establecido en 1948. Como tal, expresa una ideología esencialmente nacionalista.

Por ello invalidar al sionismo implica impugnar la propia existencia del Estado de Israel o, peor aún, proponer su eliminación, como son los casos del régimen fundamentalista iraní, Hezbollah y Hamas, entre otros, Para ellos, la desaparición de dicho Estado es la médula de su filosofía política.

De ahí que no haya manera de ser anti-sionista sin ser antisemita, pues la existencia de dicho Estado no está separada de la supervivencia del pueblo que lo constituye. Es muy distinto la crítica que se le pueda formular a ese Estado en la figura de su gobierno y sus políticas: exterior, migratoria, demográfica, militar, o la que sea. De hecho, ello es materia de un vibrante debate dentro del propio Israel. Solo alcanza con leer los editoriales y columnas de opinión en el periódico Haaretz para tener una idea de la agenda de los pacifistas, la izquierda y varios grupos progresistas de la sociedad israelí.

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Como comparación, tampoco se puede negar el derecho a la existencia al Estado de Kosovo, por ejemplo, sin violar los derechos de los kosovares. Asimismo, es imposible disputar la existencia del Estado de Bosnia sin que ello implique un crimen; por ejemplo, como ocurrió en el pasado, la limpieza étnica de los bosnios. Y no hay manera de anexar el Estado de Ucrania a Rusia sin disolver la nación ucraniana, por ello los juristas debaten si la invasión califica como crimen de genocidio.

Dichos Estados son, como Israel, el hogar político de una identidad específica, una comunidad definida en sentido étnico, cultural, lingüístico y religioso. Sería simple racismo combatir su derecho a vivir en su propio hogar jurídico y político; en su propio Estado, esto es. En el caso de Israel, esa forma de racismo se llama anti-sionismo, una narrativa que reproduce la estructura de las viejas ideas conspirativas antisemitas, solo que las traduce al lenguaje político.

De ahí se deriva que el antisemitismo de hoy se pronuncie esencialmente por medio de actos terroristas, su expresión más criminal y peligrosa al que todas las sociedades occidentales están expuestas. Y ello más allá de la pretendida justificación política y las supuestas reivindicaciones religiosas que se utilizan para buscar legitimar dichos actos.

Nótense estos tres ejemplos. El terrorismo yihadista racionalizó el ataque de 2015 al semanario Charlie Hebdo en París como represalia por la publicación de caricaturas del Profeta Mahoma, consideradas ofensivas de su fe. Pero, dos días más tarde, miembros del mismo grupo terrorista atacaron “Hypercacher”, un mercado de comida donde murieron cuatro clientes. La única “ofensa” posible que cometieron esas víctimas es haber comido kosher; es decir, ser judíos.

En 1992 una bomba detonó frente a la Embajada de Israel en Buenos Aires, causando 22 muertos y 242 heridos. Establecida la participación directa de Hezbollah en el atentado, se asumió la hipótesis de un objetivo político, pero a ello debe agregarse un objetivo específicamente antisemita dos años más tarde. En 1994 Hezbollah atacó la sede de la AMIA, con un saldo de 85 muertos y 300 heridos, y en 2015 cayó la víctima 86, Alberto Nisman, fiscal de la causa. La principal mutual judía argentina, históricamente a cargo de los censos de inmigración, los cementerios y las escuelas, entre otras funciones comunitarias, fue fundada en 1894.

Después de más de dos décadas de amenazas, Salman Rushdie fue apuñalado en el rostro, el cuello y el abdomen el pasado 12 de julio. La fatwa había sido decretada en 1989 por el Ayatola Khomeini ordenando su asesinato por el crimen de blasfemia, solo tal en una teocracia. Ocurrió en la localidad de Chautauaqua, en el noroeste del estado de Nueva York. Rushdie sobrevivió, perdiendo un ojo en el atentado. El atacante se llama Hadi Matar, de 24 años, residente de New Jersey y nacido en California; es decir, nacido y crecido en Estados Unidos. Se reporta que el Estado iraní recompensará a Matar con una extensión de tierra cultivable.

Mutado en terrorismo, el antisemitismo de hoy excede las viejas teorías conspirativas muchas veces delirantes. Hoy es trágico. Y lo es aún más cuando tiene vínculos y acceso al poder. Así ocurre con las dictaduras en América Latina, Cuba, Nicaragua y Venezuela, y varios sistemas políticos que se deslizan hacia la autocracia. Dichas dictaduras mantienen estrechas alianzas con el régimen fundamentalista iraní y varias de sus organizaciones operativas, la Guardia Revolucionaria Islámica, la Fuerza Quds y Hezbollah.

El episodio del avión venezolano con tripulación iraní que todavía continúa en el aeropuerto de Buenos Aires inmovilizado y lacrado por el FBI, es evidencia de dichos vínculos. En la Triple Frontera, Iquique, y Sinaloa, entre otros puntos, la presencia de Hezbollah no es secreto en nuestra América. Ese es el antisemitismo de hoy, desenmascararlo, denunciarlo y arrinconarlo es necesario para vivir en una sociedad libre, democrática y con derechos para todos.

Educar sobre el Holocausto es honrar a las víctimas del totalitarismo nazi; ello es loable. Enfrentar a las dictaduras aliadas al terrorismo fundamentalista islámico es proteger las vidas de hoy, es evitar más víctimas. Ello es imperativo, pues el terrorismo no diferencia judíos de no-judíos, por eso es terrorismo. El antisemitismo tampoco diferencia. Es un crimen cometido contra los judíos, pero también contra la sociedad en su conjunto.

Héctor Schamis

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