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Domingo, 22 de diciembre de 2024
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Héctor Schamis Héctor Schamis

Argentina electoral: realineamientos perpetuos

Lea aquí la última columna de opinión de Héctor Schamis, profesor de la Universidad de Georgetown.

Debemos a la contribución de V. O. Key en 1955 el concepto de “elección crítica”. El mismo captura un escenario en el que se produce un masivo realineamiento de las preferencias electorales de la sociedad, una transferencia de votos de un partido a otro que desafía la tendencia histórica. Cristaliza en dichas elecciones una nueva coalición, ya sea por cambios en las agendas, en la demografía, en las reglas de juego o en la conformación del sistema de partidos, entre otros.

O por todos esos factores al mismo tiempo. Una elección es verdaderamente crítica cuando produce cambios hacia el futuro, transformaciones que estructuran un nuevo sistema político. Y por supuesto que estabilizan un cierto comportamiento electoral, haciendo más predecible el funcionamiento de los partidos y del sistema político en su conjunto.

Un realineamiento no ocurre en un ciclo electoral tras otro, sino que tiene una cierta periodicidad. Una vez producido un verdadero realineamiento, una coyuntura critica se consolida, una manera diferente de hacer y entender la política.

En este sentido, la noción no sólo se refiere a los inevitables vaivenes pendulares entre partidos que hoy ganan y mañana pierden. También apunta a realineamientos en la conformación interna de las diferentes coaliciones electorales. Ergo, surge un nuevo sistema político.

El problema fundamental en el funcionamiento de la democracia en Argentina sufre de realineamientos electorales perpetuos, y ese es—digo yo aquí—el diagnóstico de su crónica inestabilidad institucional.

Primero fue la perdida de hegemonía del peronismo y el regreso del radicalismo al centro del escenario, en 1983. Luego, en 1989 y 1999, la desaparición de terceros partidos, el MID, el PI y la Democracia Cristiana, con la consiguiente consolidación de un sistema bi-partidista.

A comienzos de este siglo, la crisis del “que se vayan todos” significó la licuación del sistema de partidos. Fue seguida del regreso de un peronismo sui generis, agro-exportador al mismo tiempo que “izquierdista”, según ellos, el kircherismo.

En 2015 hablé de una “nueva república” con la llegada del primer presidente sin origen Radical ni peronista—ni militar—en 85 años y que llega con una elección libre, justa, transparente y masiva. Su arribo venía a solucionar uno de los talones de Aquiles de la política argentina: que, a partir de la crisis de los treinta, la derecha no había tenido un partido con chances concretas de ganar.

Pero no se consolidó aquella nueva república de Macri. En 2019 regresó una cierta versión de kirchnerismo. Esta vez, sin los términos de intercambio de comienzo de siglo, sin capacidad alguna de gestión.

Y ahora otro realineamiento, el surgimiento del outsider Javier Milei, quien, sin un verdadero partido, sin estructura ni tiempo de construcción política, entra primero en estas primarias y no solo en su distrito sino también en el interior, Córdoba y Mendoza entre ellos. Todo eso con un mensaje contra la política.

Lo realmente preocupante es que la versión de la (anti) política que comunica Milei se parece mucho al “que se vayan todos” de 2001. Es que la bronca y el hastío nunca salen gratis.


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