La cumbre de CELAC de Buenos Aires continuó en Managua pocos días después. En Nicaragua, la puesta en escena incluyó un mensaje, que el bloque conforma una especie de “Internacional de las Dictaduras”; en América Latina y el Caribe, pero también más allá. Debido a sus alianzas con autocracias extra-regionales, CELAC representa una amenaza inusual a la democracia, la seguridad y la paz del hemisferio.
China ya había estado presente en la cumbre de CELAC de México; de hecho, la inauguró con un video de Xi Jinping. Luego inició relaciones diplomáticas con Nicaragua, apenas horas después de que ambos fueran excluidos de la cumbre de la democracia de la Administración Biden, desplazando así a Taiwán. Al mismo tiempo, El Salvador, tampoco invitado, aceleró negociaciones con China por inversiones en proyectos de infraestructura. Y la presidente electa de Honduras, nación también excluida, a su vez prometió establecer relaciones diplomáticas con Beijing.
El desaire casi siempre genera espontánea empatía entre los agraviados. También ocurrió en esta ocasión, desplantes que China ya está capitalizando con una ambiciosa estrategia para el triangulo norte.
En Managua el protagonista extra-regional fue Irán, invitado especial a la quinta posesión de Daniel Ortega. Lo humillante no fue solo la presencia del régimen teocrático de Teherán, un tipo de autocracia desconocido en las Américas, sino quién encabezó la delegación oficial: Mohsen Rezai, viceministro de Asuntos Económicos, uno de los acusados por el atentado a la AMIA en julio de 1994 en Buenos Aires cuando era un alto jefe de la Guardia Revolucionaria.
Sobre Rezai pesa una alerta roja por los cargos de homicidio calificado en perjuicio de 85 víctimas fatales y daños múltiples agravados por haber sido motivado por odio racial o religioso, según informa Interpol en su página oficial. Nicaragua debió notificar a Interpol, pero no lo hizo. Tampoco lo hizo el embajador argentino, estando allí presente. Llamativo por decir lo menos siendo que la causa origina en denuncias de varios gobiernos de su país.
Su cancillería emitió un comunicado de queja que no tiene credibilidad alguna, pues no destituyó al embajador por su omisión grave ni por permanecer en el evento, sino que lo justificó “por no saber” que Rezai estaba presente. El problema es que en materia de actos de Estado la ignorancia jamás es excusa, y además que ello no puede ser cierto, pues el equipo de protocolo de todo gobierno siempre comunica la lista de delegaciones extranjeras invitadas a un acto oficial.
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No obstante los acostumbrados bochornos e hipocresías de la Cancillería Argentina, el episodio es útil. Señala el grado de penetración de Irán en la región y echa luz sobre su doble metodología: a través de canales institucionales, como Estado, y por medio de Hezbollah, organización terrorista paraestatal del régimen.
Tengámoslo claro: Irán es un Estado terrorista, no solo postula abiertamente la desaparición de un Estado, Israel, sino que tiene una larga historia de acciones destructivas contra otro Estado, Líbano. Ello ejecutado por Hezbollah.
El punto es pertinente para ilustrar que minimizar la presencia de células yihadistas en América es por lo menos irresponsable, si no un acto de complicidad. No es solo lo ocurrido en Argentina en 1992 y 1994, es también lo divulgado por la “Operación Cassandra” de la DEA sobre las fuentes de financiamiento de Hezbollah: operaciones de narcotráfico y lavado en las Américas, cuyos recursos son luego enviados a las arcas de la organización en Líbano.
Lo cual no debería sorprendernos. Los ilícitos prosperan con Estados fáciles de capturar, fronteras porosas y corrupción generalizada. Hoy sabemos que las platas del narcotráfico, la corrupción de la obra pública y el terrorismo se lavan en el mismo sitio. En Iquique, la Triple Frontera, la Guajira o Sinaloa, entre otros sitios activos, Hezbollah está en la región. Se trata de un contratista informal, externalizado por la República Islámica de Irán.
A lo anterior debemos agregar la reciente amenaza del gobierno de Rusia de desplegar efectivos y equipamiento militar en Cuba y Venezuela para presionar a Estados Unidos a aceptar la presencia de cien mil tropas rusas en la frontera con Ucrania. Después de tres rondas de conversaciones sin resultados tangibles y con tensiones en aumento, Rusia sube la apuesta escalando la retórica y desplazando la crisis a territorio americano. A noventa millas, chico, una verdadera bola curva.
Pues ello hace rato que ocurre. Informes periodísticos acerca de la presencia de tropas y equipamiento ruso en Venezuela tienen años, pero fueron confirmados por el ministro de Defensa de Colombia esta semana a raíz de la amenaza del viceministro de exteriores de Putin. Agregó que la frontera de Colombia con Venezuela ya está militarizada como parte del combate contra el narcotráfico.
Pero nada de esto tiene que ver con la nostalgia de 1962, según algunos que evocan la crisis de los misiles. Pues no se trata de melancolía de comunistas, sería un error asumir eso. Ninguno de los actores involucrados en esta Internacional de las Dictaduras piensa en términos ideológicos. La ideología se usa como racionalización ex–post, por el poder, como insumo para la propaganda de los cómplices y consumo de ingenuos.
Surge una nueva división del trabajo en el tablero actual de la geopolítica americana. China se concentra en infraestructura y extracción de recursos naturales. Irán en energía y en actividades ilícitas y nexos terroristas a través de Hezbollah. Rusia, sin capacidad de competir en comercio e inversión con China y Estados Unidos (su economía es similar en tamaño a la de Brasil), se especializa en sus viejos temas imperiales: infraestructura militar.
En síntesis, la autocracia del futuro—de hoy—es un comunismo meramente retórico, sin emancipación proletaria ni nacionalización de los medios de producción, como no sean las expropiaciones de la corrupción que ocurren hace tiempo.
Lo que sí habrá en la utopía del comunismo retórico será un capitalismo de partido único, como en China; autocracias consolidadas, como en Cuba; ilícitos y terrorismo, como en Irán; el crimen organizado en el poder, como en Venezuela; y la pobreza, la desigualdad y la violencia en todo un continente. Ese es el tiempo que nos toca vivir.
Héctor Schamis