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Domingo, 22 de diciembre de 2024
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Crisis con Ucrania

La guerra de los débiles: Por Héctor Schamis

Mujeres soldado | Foto: EFE
Mujeres soldado | Foto: EFE
Lea aquí la última columna de opinión de Héctor Schamis, profesor de la Universidad de Georgetown.

Aborrecible como es, la guerra no es una anomalía. Las guerras son tests de fuerza. En ellas se miden relaciones de poder entre Estados y sus respectivas alianzas, y se vislumbra qué tipo de orden internacional se va configurando. Una posibilidad es el puro “desorden”, concepto que ha sido invocado en la post-Guerra Fría para explicar cómo los cambios en la distribución del poder han sido causa de inestabilidad.

Pero así como en los conflictos se calibran fuerzas relativas, en ellos también se miden debilidades. Como en esta invasión de Ucrania por parte de la Rusia de Putin. De hecho, los actores involucrados exhiben manifiestas debilidades, de diferente origen y tipo, pero debilidades al fin. Y, dependiendo de cómo se exprese, ser débil es tan peligroso para la estabilidad sistémica como ser muy fuerte. En todo caso son complementarias, y por ello el equilibrio de la Guerra Fría aseguró la paz europea.

La vulnerabilidad de Ucrania es histórica, producida por invasiones reiteradas, ocupaciones y anexiones de diferentes poderes europeos. La más reciente producida por la Unión Soviética en 1922. En todo ese siglo XX, Moscú subyugó a Ucrania, prohibió el uso de su idioma, buscó disolver su identidad nacional y masacró a millones; así ocurrió con la hambruna de Stalin, el “Holodomor” de 1932-33.

Sin embargo, una vez independiente, en 1991, la realidad es que Occidente la abandonó a su suerte. No acceder a la Unión Europea impidió la reconversión de su economía altamente especializada en industria pesada, causando un rápido deterioro del ingreso de la población y demorando la transición democrática. Esa estricta división del trabajo era específica del Socialismo de Estado, impedía a las repúblicas toda forma de autarquía económica e intercambios horizontales y consolidaba la dependencia vertical, con Moscú.

Mientras los países bálticos y centro-europeos aceleraron su transformación industrial en los noventa a través de la UE, Ucrania y Bielorrusia quedaron estancadas en aquel perfil productivo ineficiente y no-competitivo. Ucrania tampoco accedió a OTAN, solicitud que formuló en diversas ocasiones, y además fue obligada a entregar las armas nucleares que tenía en su territorio a Moscú y, hoy comprobamos, sin garantías de protección por parte de la Alianza Transatlántica.

Se ha dicho que ambas decisiones se tomaron para no provocar a Rusia. También que fue un acuerdo para acelerar la reunificación alemana y evitar que Rusia la obstaculice, entregándole a cambio Ucrania y Bielorrusia, el amortiguador que Moscú siempre demanda, el “buffer”.

Ambos argumentos contienen parte de realidad. Lo cierto es que la vulnerabilidad de Ucrania, ancestral objetivo militar ruso, se vio de manera patente en esta invasión. Un ejército mal equipado, sin armamento suficiente para defenderse, expuesto a un vecino que en su narrativa nacionalista considera dicho Estado parte de su propio territorio.

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Una debilidad que la épica resistencia de su pueblo y su gobierno han transformado en fortaleza, debe subrayarse, generando una ola de simpatía en todo el mundo que al comienzo de la invasión era inimaginable. Definitivamente, Ucrania ha aumentado su stock de poder blando de manera extraordinaria. Su poder duro sigue siendo una cuenta pendiente de Occidente.

Occidente también es débil, si bien por falta de convicción y determinación. Ha modificado su abordaje de esta crisis en los últimos dos días, afortunadamente, imponiendo sanciones duras. Las mismas confirman, no obstante, que corre desde atrás. Occidente actúa en esta crisis de manera reactiva, no proactiva. Cuando un adversario militar concentra 200 mil tropas a lo largo de una frontera, es sensato prepararse para lo peor.

Y actuar, por cierto, pero OTAN parece haberse sorprendido por la invasión de Ucrania tanto como usted y yo, estimado lector. No es tranquilizador que quienes deciden en nombre de Occidente, y cuya responsabilidad es la seguridad, la paz, y la estabilidad de esa gran porción de geografía, no sean capaces de anticiparse a los hechos.

Incluso con la invasión en curso, los primeros anuncios de sanciones comunicados por el Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores fueron absurdos: la exclusión de Rusia de Eurovisión y la cancelación de la final de la Champions League en San Petersburgo. Al mismo tiempo, OTAN anunciaba la imposibilidad de involucrarse por no tratarse de un conflicto que implicara a países miembros, el famoso artículo 5.

El primer punto es banal, hasta ofensivo con Ucrania pensar que esas podrían ser sanciones capaces de modificar en algo la agresión rusa. La vigencia del articulo 5 es cierta, pero es relativa. En los noventa OTAN intervino en la ex Yugoslavia para detener el genocidio en Bosnia y Kosovo, y ello incluyó bombardeos aéreos. No se llevaron a cabo en nombre del artículo 5, Yugoslavia no era miembro, sino con el objetivo de proteger los derechos humanos y mantener la paz.

A su vez, Suecia y Finlandia, por ejemplo, no son miembros de OTAN pero tienen múltiples acuerdos de cooperación en seguridad que las hacen miembros “de facto”. Bien podría haber sido ese el modelo para Ucrania. Tal es así que dos días después, OTAN y una serie de Estados europeos, Alemania, Países Bajos y Polonia, anunciaron el envío de armamento, municiones y equipamiento militar a Ucrania. OTAN ha activado su Fuerza de Respuesta Defensiva por primera vez. Las unidades están en “stand-by.”

Resulta que era posible, después de todo. Europa, OTAN y Estados Unidos parecen haber despertado, finalmente, cerrando el espacio aéreo europeo a aviones rusos e imponiendo sanciones financieras. La resolución dice que “bancos seleccionados” serán excluidos del sistema de pagos interbancario SWIFT. El diablo siempre está en los detalles, el poder de la sanción depende de la importancia de los “bancos seleccionados”, precisamente. Al mismo tiempo, se han bloqueado las reservas internacionales del Banco Central ruso a efectos de impedir su posible intervención en socorro de dichas transacciones bloqueadas.

Occidente despierta y actúa en buena parte por la extraordinaria muestra de apoyo a Ucrania de parte de la sociedad civil de los más diversos países y en las más diversas latitudes. Pues en todos ellos se vota. En hora buena, ya que no es frecuente, ahora esos electorados también expresan sus preferencias de política exterior. Viva la democracia, una vez más, sus gobiernos deben escuchar.

Putin es un bully peligroso y ha hecho a la propia Rusia mucho mas débil hoy que una semana atrás. Excelso en “brinkmanship”, está acostumbrado a salirse con la suya. Con presencia militar en Siria, con la invasión de Georgia en 2008, la anexión de Crimea en 2014, el financiamiento y apoyo de actividades terroristas en la región de Donbas, oriente de Ucrania, y ahora esta invasión, sin contar el envenenamiento de opositores internos, Putin es un déspota que debe ser neutralizado.

Su racionalidad comienza a estar en duda, sin embargo. Quedarse en Donbas y negociar habría sido lo más conveniente a sus intereses. Avanzar hasta Kiev con el objetivo de derrocar al gobierno, y en el camino atacar civiles—crímenes de guerra—y, ante la frustración de no lograr los objetivos propuestos, amenazar con el uso de armas nucleares, sugiere que no está pensando bien. Acusar de nazi a un presidente judío con abuelos víctimas del Holocausto, lo confirma.

Queda claro que esta es una campaña militar mal diseñada y peor ejecutada. Más de la mitad del poder militar ruso está ahora comprometido dentro de Ucrania. Sus fuerzas militares están sobre-extendidas, no es sostenible. Aún así el “derrocamiento” del gobierno de Ucrania no ocurre, y el territorio nacional está desprotegido. Es una pésima ecuación de seguridad, Putin ha hecho a Rusia más vulnerable, no menos.

Además ha perdido de manera devastadora una batalla fundamental en cualquier guerra: la de la opinión pública. Los generales deben sentirse humillados por el hecho que un espía de la KGB les dé órdenes y los embarque en una guerra por demás desaconsejable, un espía que ejerce el poder de manera personalista. Todo ello subvierte la vieja lógica soviética, incluyendo el revisionismo de Krushchev después de 1956.

En esa concepción, el poder lo ejercían los civiles del partido en el Politbureau, las decisiones eran colegiadas y la KGB y los militares obedecían. Me pregunto que estará pensando esa oficialidad. Y también la burocracia del Estado y, por supuesto, los oligarcas, quienes necesitan seguir haciendo buenos negocios en la City de Londres, donde son, o eran hasta las sanciones, pesos pesados.

Esta irracional guerra también es un pasivo para todos ellos. Putin bien puede estar fugándose hacia adelante. Eso rara vez termina bien.

Héctor Schamis

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