Hace 5 años Nicaragua rompió el silencio y se rebeló contra la dictadura Ortega-Murillo. Fue el inicio de un proceso inconcluso. Una obra en construcción para rescatar y recomponer la democracia mutilada y secuestrada.
De acuerdo a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos la represión de 2018 dejó un saldo de 355 asesinatos; más de 2mil heridos; 1.614 detenidos; cientos de despidos arbitrarios de profesionales de la salud; más de 150 expulsiones injustificadas de estudiantes universitarios y; más de 150 mil personas se habrían visto obligadas a abandonar el país.
Ortega quiso imponer mentiras por verdades. El dictador y su consorte sabían que la primera batalla que tenían que ganar era la del control de la narrativa. Allí surgió la mentira de un intento de golpe, un falso diálogo nacional y varios acuerdos que jamás cumplirían. Ortega nunca quiso entregar el poder, sino retomarlo a sangre y fuego.
Toda Nicaragua es una escena del crimen. El Grupo de Expertos de Naciones Unidas, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y hasta el Papa Francisco han coincidido en denunciar las atrocidades del régimen y su similitud con el fascismo. Tras la masacre de 2018, la dictadura se impuso en el poder, pero jamás logró imponer sus mentiras.
El fantasma de abril y el pánico de ORMU. A cinco años de la lucha cívica, Ortega ha pagado un precio muy alto por atornillarse en la presidencia. Nicaragua se convirtió en una cárcel de casi 7 millones de habitantes. Hoy nadie esta salvo de la sospecha y el asedio policial. Nadie. Ni siquiera los sandinistas más obtusos.
El aislamiento internacional. Tras la masacre de 2018 y la instalación del partido único, Ortega vive sus últimos días viejo, enfermo y solitario. No existe un solo presidente de América Latina que visite Nicaragua o celebre sus falsas victorias electorales. Nadie, excepto los dictadores de Cuba y Venezuela.
La estrategia del miedo ha fracasado. Ortega ha vuelto a amenazar con destierro a más nicaragüenses. Aun estando presos, la voz de quienes demandan libertad es más fuerte que el acoso y la represión. Las confiscaciones y la muerte civil son utilizadas por el régimen para castigar a quienes les adversan y amedrantar a quienes los acompañan.
Resilientes ante la represión. A pesar de la cárcel, exilio y el destierro, la dictadura no ha logrado aniquilar el espíritu de abril. Si en 2018 el descontento fue masivo y público, ahora el malestar es cauteloso y clandestino. La protesta silenciosa sigue viva en todo el país. Los periodistas, dirigentes estudiantiles y defensores de derechos humanos hacen su labor, con mayor creatividad y coraje. En resistencia y en resiliencia.
La unidad es el antídoto. La unidad azul y blanco se fecundó en las cárceles y está dando a luz en el exilio. Dejó de ser una promesa para convertirse en un proceso. Una unidad con diversas matices, voces y credos. No es una unidad rojinegra de partido único que mata y purga el disenso. No. Se trata de una unidad voluntaria, intencional e inclusiva, con un objetivo bien claro: el fin de la dictadura. Abril fue el comienzo, pero no el final.